A LA SEMANA SANTA
Oigo los pasos marcar,
entre las palmas y los olivos,
flor de rosas de azahar,
que desprende y despierta mis
sentidos.
¡Callad! ¡Escuchad!
Revienta el silencio a la par,
acompasado un gentío
olor a cera y morado,
el silencio es bravío.
Tullido por su promesa,
el devoto con su cirio,
medita cabizbajo
por su promesa el cumplido.
¡No llores buen hombre!
Que tú ya has cumplido,
revienta un olor a incienso,
suenan los clarines,
aplaude el gentío.
Para llegar a la tarde,
la golondrina a su nido.
La devota riega con sus lágrimas,
el estrecho camino perdido,
preñado de un estricto silencio,
solo roto por una saeta,
voz de lamento encendido.
Un tambor marca el paso,
los nazarenos con el fervor,
con el corazón encogido,
con sus vestidos al viento,
de color de dolor,
negro, blanco, marrón y morado atrevido.
El sol iba cayendo,
la brisa avisaba del frió,
las calles se hacían apretadas,
por la masa y el gentío,
un repicar de campanas,
se hacia eco de lo ocurrido.
El alba rasga la brisa,
con su despertar de tronido,
las campanas llaman a sus gentes,
En el valle reina,
un calor humano ¡Dios mío!
La sangre se ha derramado
de promesa y cumplido,
y en el despertar de la aurora,
baña a sus gentes,
de un recogimiento,
como un tizón encendido.
La cera se quema lentamente,
las flores hacen su adorno,
los pasos firmes,
al son de un tambor con tronío,
el fervor es auténtico,
de una Semana Santa que he
vivido.
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