UN DÍA DE ESCUELA EN
LOS AÑOS 60
Una escuela
agrícola del pueblo se abría cada mañana,
hiciera frio
o calor, nevara o diluviara,
aunque
ocurriera la mayor catástrofe,
allí nunca
se cerraba o eso es lo que siempre vi yo,
y personas
mayores que me contarán.
Con seis
años, principios de los sesenta,
pantalón de
peto ,flequillo, pelo rapado,
cara de frio
y un poco asustado,
nos
presentábamos al señor maestro D. Hermenegildo,
en su
tarima, mesa, silla y cuatro papales al lado,
así era su tribuna estrado.
Dueño de su
aula querida, con ocho edades
diferentes,
sesenta
alumnos, por todos lados se encuentra él
rodeado.
tres
generaciones por sus manos han pasado,
toda la
enseñanza del pueblo, con disciplina y rectitud,
D. Hermenegildo
siempre es admirado con sus virtudes y defectos,
por todo un
pueblo que le ha honrado,
con una
calle a su nombre, ciertamente se lo había más currado.
De estatura
bajo, fino erguido, fumador empedernido,
pelo siempre
engominado, su perro Pol a su lado,
nevará o
diluviará, ahí siempre estaba, puntual como un clavo.
Carasol a la
entrada, autonomía con sus provincias,
seguidamente
los ríos con sus afluentes,
las tablas se memorizan, a fuerza de cantar a
coro fuerte,
aprendíamos
sin esfuerzo, era un tarareo diario al unísono,
así tocaba
estudiar, escribir y borrar en la pizarra personal,
los más
adelantados en sus cuadernos de informe
escribían
con sus plumas de tintero a mojar,
bella
caligrafía o repasando escritos de la enciclopedia Álvarez
oficial que
todos solíamos tener en el cabás.
Hasta salir
al recreo, contentos con nuestro vaso en la mano,
para tomar
la leche en polvo, regalo de los americanos,
que
caliente junto con el trozo de pan disfrutábamos.
Partidos de
fútbol, peonza, cartones, canicas, ladrones, chorromorro,
imitaciones
de películas, todos queríamos sentir protagonistas,
por un
momento sentirnos artistas para
contarlo.
A la hora de
salir, todos pendientes,
salir a cien
o algo más parecía una carrera en el sprint final,
para salir
corriendo sin descansar a coger las campanas,
en la
torre iglesia parroquial poder tocar a comer,
llamada
general.
Comenzábamos
a las tres para aprender a leer,
alrededor de
la estufa, si hacia frio ¡pardiez!
que murmullo
que se escucha,
cuando en el
grupo , éramos más de diez,
la tarde iba
avanzando, el sol pegaba en la ventana,
no había
reloj, era el sol quien nos guiaba,
Para salir
todos a una.
a merendar
tocaba, ese pan con chocolate, chorizo o mantequilla,
como no
había otra cosa, sabia a verdadera maravilla.
Distendidos
y a la vez en tensión, comenzábamos los juegos relajados,
que nos
duraban hasta bien metida la noche,
el silencio se adueñaba el Alto Páramo,
sólo algún
ladrido de un perro, que en el llano destacaba,
o esa brizna
de viento, que en los chopos y álamos resonaba.
Mientras a
primera hora de la noche, teníamos la cita en la iglesia,
con el
rosario a diario, nos empollábamos el catecismo
para llegar
a la comunión,¿ era un ritual o costumbre?,
tal vez era
el momento ,donde encontrábamos perdón.
Cuando
llegábamos a casa, rendidos y cansados,
cenar con
nuestros padres y hermanos,
a veces con
los abuelos amados,
rebobinábamos
el día que habíamos pasado.
Esto es más
o menos de un día de escuela rural,
allá por los
inicios de los años sesenta,
cuando yo
era todavía un chaval,
cambiaba
todo en general, según la estación del año,
el tiempo en
si era un cambio brutal.
19-5-2014
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