viernes, 30 de mayo de 2014

UN DÍA DE ESCUELA DE LOS AÑOS 60


                        UN DÍA DE ESCUELA EN LOS AÑOS 60

Una escuela agrícola del pueblo se abría cada mañana,

hiciera frio o calor, nevara o diluviara,

aunque ocurriera la mayor catástrofe,

allí nunca se cerraba o eso es lo que siempre vi yo,

y personas mayores que me contarán.

Con seis años, principios de los sesenta,

pantalón de peto ,flequillo, pelo rapado,

cara de frio y un poco asustado,

nos presentábamos al señor maestro D. Hermenegildo,

en su tarima, mesa,  silla y  cuatro papales al lado,

así era  su tribuna estrado.

Dueño de su aula querida, con  ocho edades diferentes,

sesenta alumnos,  por todos lados se encuentra él rodeado.

tres generaciones por sus manos han pasado,

toda la enseñanza del pueblo, con disciplina y rectitud,

D. Hermenegildo siempre es admirado con sus virtudes y defectos,

por todo un pueblo que le ha  honrado,

con una calle a su nombre, ciertamente se lo había más currado.

De estatura bajo, fino erguido, fumador empedernido,

pelo siempre engominado, su perro Pol a su lado,

nevará o diluviará, ahí siempre estaba, puntual como un clavo.

Carasol a la entrada, autonomía con sus provincias,

seguidamente los ríos con sus afluentes,

 las tablas se memorizan, a fuerza de cantar a coro fuerte,

aprendíamos sin esfuerzo, era un tarareo diario al unísono,

así tocaba estudiar, escribir y borrar en la pizarra personal,

los más adelantados en sus cuadernos de informe

escribían con sus plumas de tintero a mojar,

bella caligrafía o repasando escritos de la enciclopedia Álvarez

oficial que todos solíamos tener en el cabás.

Hasta salir al recreo, contentos con nuestro vaso en la mano,

para tomar la leche en polvo, regalo de los americanos,

que caliente  junto con el trozo  de pan disfrutábamos.

Partidos de fútbol, peonza, cartones, canicas, ladrones, chorromorro,

imitaciones de películas, todos queríamos sentir protagonistas,

por un momento sentirnos  artistas para contarlo.

A la hora de salir, todos pendientes,

salir a cien o algo más parecía una carrera en el sprint final,

para salir corriendo sin descansar a coger las campanas,

en la torre  iglesia  parroquial  poder tocar a comer,

llamada general.

Comenzábamos a las tres para aprender a leer,

alrededor de la estufa, si hacia frio ¡pardiez!

que murmullo que se escucha,

cuando en el grupo , éramos más de diez,

la tarde iba avanzando, el sol pegaba en la ventana,

no había reloj, era el sol quien  nos guiaba,

Para salir todos a una.

a merendar tocaba, ese pan con chocolate, chorizo o mantequilla,

como no había otra cosa,  sabia a verdadera  maravilla.

Distendidos y a la vez en tensión, comenzábamos los juegos relajados,

que nos duraban hasta bien metida la noche,

 el silencio se adueñaba el Alto Páramo,

sólo algún ladrido de un perro, que en el llano destacaba,

o esa brizna de viento, que en los chopos y álamos resonaba.

Mientras a primera hora de la noche, teníamos la cita en la iglesia,

con el rosario a diario, nos empollábamos el catecismo

para llegar a la comunión,¿ era un ritual o costumbre?,

tal vez era el momento ,donde encontrábamos perdón.

Cuando llegábamos a casa, rendidos y cansados,

cenar con nuestros padres y hermanos,

a veces con los abuelos amados,

rebobinábamos el día que habíamos pasado.

Esto es más o menos de un día de escuela rural,

allá por los inicios de los años sesenta,

cuando yo era todavía un chaval,

cambiaba todo en general, según la estación del año,

el tiempo en si era un cambio brutal.

                                          19-5-2014

 

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